En ocasiones la tecnología moderna actúa como una chincheta que se clava en tu mente fijando en ella un instante para siempre… Eran las 15:37 en Dubai. Miércoles 18 de enero. 2023. Yo estaba en una mesa redonda en el congreso de la IFOS. El reloj vibró un instante. Disimuladamente le eché una ojeada por si el mensaje era importante. Y el tiempo se paró. Y, de repente, volví 43 años atrás. Al mismo mes del año 1980. Era un mensaje corto. Solo decía: -Acaba de fallecer Julio García Polo. En paliativos.
Conocí a Julio en enero de 1980, cuando empecé la residencia en La Paz. Los pocos años que nos llevábamos eran los suficientes para que él estuviera terminando la residencia cuando yo la empezaba. Y desde el primer momento me cautivó la persona y la personalidad.
La verdad es que el físico de Julio te engañaba un poco y, a partir de ahí, ya estabas en desventaja. Era un atleta de primera magnitud, en una figura de hombre tranquilo. La de veces que hemos esquiado juntos. En Madrid, en Sierra Nevada… Daba igual, siempre ibas con la lengua fuera tratando de seguirle. En aquellos años empezó a popularizarse el windsurf, y allí estaba Julio, con su carácter tranquilo, llevándote al límite en cada ceñida.
Recuerdo, como si fuera ayer, unos días que pasamos juntos en Santoña. Julio, mi padre y yo. Todos los días, después del desayuno cogíamos las tablas y nos íbamos a navegar. Santoña-Laredo-SantoñaLaredo…. Pero un día el viento era más fuerte de lo que por aquel entonces éramos capaces de dominar. Así que la travesía entre Santoña y Laredo se convirtió en un ejercicio de supervivencia que nos dispersó a los tres a lo largo de la bahía.
Yo conseguí refugiarme en el puerto de Santoña mientras veía a Julio ir derivando poco a poco hacia el fondo de la bahía. Cuando volví andando al punto de partida en la playa, después de dejar la tabla en el puerto de pescadores (¡!) había un tipo, claramente más experto que nosotros que me dijo: Tu amigo es un cabezota. Le he dicho lo que tenía que hacer, pero no me ha hecho ni caso. Traté de hacerle entender que no era cuestión de hacer caso sino del nivel de conocimientos que teníamos… Pero no pareció muy convencido.
Lo cierto es que al final de la aventura Julio terminó al fondo de la bahía. A varios kilómetros del punto de partida. En el puente de Argoños para ser exactos. Para los que no conozcan la zona, por aquel entonces el puente de Argoños era un sitio precioso cuando la marea estaba alta que se convertía en un lodazal repugnante con marea baja. Obviamente, Julio llegó allí en plena marea baja. Nos costó horas quitarle el barro, y días recuperar un olor aceptable. Pero la anécdota nos dio tema de conversación y motivo de regocijo durante toda la vida.
Por la noche, salíamos a cenar y tomar un helado dando un paseo para comentar las experiencias del día. Al pasar junto al monumento a Juan de la Cosa, ilustre navegante supuestamente oriundo de Santoña, Julio siempre contaba el mismo chascarrillo: -En una revuelta que hubo en el barco que él dirigía, los amotinados comenzaron a gritar: ¡Que cuelguen a Juan de la Cosa! ¡Que cuelguen a Juan de la Cosa! A lo que el susodicho respondía con un: ¡Vale, que me cuelguen! ¡Pero no “de la cosa”! Cuántas veces habremos repetido esa frase a lo largo de los años riéndonos como si fuera la primera vez….
Pero Julio no era sólo el deportista, el montañero, el tenista, el esquiador, el windsurfista, el ciclista, el fotógrafo… Era mucho más. Era una persona excelente. Modesto, tranquilo, afable, siempre dispuesto a charlar con todo el mundo. Y un cirujano extraordinario. En una época en la que el concepto de Secciones dentro de la especialidad todavía no se había desarrollado, Julio ha sido una de las pocas personas que yo he conocido, capaz de operar cualquier cosa de la especialidad, y, además, hacerlo siempre bien. Daba igual que se tratara de una rinoplastia, que de una timpanoplastia, un vaciamiento cervical o una tiroidectomía. Lo hacía todo y lo hacía bien. Y, además, enseñaba a todo el que quisiera aprender. Era único.
Cuando empecé a operar con él -él ya adjunto y yo todavía residente- en las fases complejas de la cirugía, siempre repetía la misma frase: Si los libros no mienten esto debería ser… y antes de seguir con la frase, él mismo decía: Mienten. A lo que los dos repetíamos al unísono. Bueno, pues entonces nada… Julio, si los libros no mienten seguro que a estas horas estarás en un lugar mejor. Mienten, Javier. Bueno pues entonces nada. Da igual donde estés ahora… Lo importante es dónde has estado. Presente en nuestras vidas de una forma muy intensa. Has sido un ejemplo para muchos en muchos aspectos de nuestras vidas y seguirás vivo en nuestra memoria.
Dicen que los seres humanos seguimos vivos mientras alguien se acuerde de nosotros. Con tu forma de ser vas a seguir viviendo en muchos durante mucho tiempo. Hasta siempre compañero. ¡Ah!, y si te encuentras a Juan de la Cosa, dile eso de “que cuelguen a Juan de la Cosa” … ¡y cuéntame lo que te contesta!
Javier Gavilán Bouzas